Corría el año 1889 cuando una ballena de dieciséis metros de longitud quedó varada en aguas de Valparaíso (Chile). En la capital, en Santiago, el Museo Nacional de Historia Natural llevaba abierto sesenta años y sus directivos pensaron que nada como una ballena para dar la bienvenida a los visitantes.
Trasladar al cetáceo 115 kilómetros no fue una tarea fácil e hizo falta un tren y una serie de carretas para llevarla desde la estación hasta el museo. Los técnicos tardaron seis años en acondicionar el salón central donde se iba a ubicar y en preparar y montar el esqueleto del animal. De hecho, tuvieron que construir una poza de cal y ladrillo en el patio para la limpieza y maceración de los huesos.
Catalogada en un primer momento como ballena azul (Balaenoptera musculus), posteriores análisis indicaron que se trataba de una ballena de aleta (Balaenoptera physalus) y, en 2013, se reclasificó como un rorcual norteño (Balaenoptera borealis).

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